Aceptación y Control

El intento de librarse del malestar o librarse de problemáticas que pueden afectarnos en el día a día sólo se transforma en algo traumático, pues el dolor solo se amplifica. Por muy difícil que sea afrontarse a un problema, normalmente es una de las soluciones más eficaces, puesto que afrontar también tiene que ver con aceptar que no tenemos control de todo nuestro entorno. Por cierto, aceptar esta realidad no significa sufrir voluntariamente ni mucho menos tener que soportar el dolor, más bien se trata de “abrazar” el malestar. Esta metáfora consiste en vivir la experiencia desde una posición distinta a la posición que nos victimiza ante las experiencias negativas, por tanto, no se trata de luchar contra tus emociones, sino de enfocar tu atención en la manera de salir y aceptar que el malestar va a permanecer, pero que esto no va a ser un limitante para vivir nuestra vida.

Es normal que en primera instancia no sea fácil aceptar esta realidad, es por esta razón que es conveniente hacer una revisión de las distorsiones del pensamiento que podrían estar acechando e interfiriendo en este proceso de aceptación. En este sentido, podemos notar algunos pensamientos e ideas como:

  • “Tengo qué, debería”: este tipo de pensamientos se caracterizan por ser rígidos y tienen como resultado comportamientos que se asocian a sobreestimar lo negativo de una experiencia, resaltando que las expectativas no han sido cumplidas.
  • “Todo o nada”: cuando se consideran este tipo de ideas, suelen verse únicamente dos tipos de alternativas para dar con una solución, en vez de reconocer más posibilidades.
  • Pensamiento catastrófico: se realizan predicciones negativas respecto al futuro.
  • Magnificar o minimizar: cuando se evalúa una experiencia, tiende a ser considerado desde maximizar lo negativo de la situación o minimizar hasta dejar de darle importancia.
  • Visión de túnel: sólo se valoran los aspectos negativos de una experiencia.

Las emociones poseen un rol relevante en lo que respecta a la supervivencia, especialmente cuando se trata de emociones “negativas”. Teniendo en cuenta que una emoción surge desde un pensamiento, es inevitable experimentar malestar si hacemos uso de alguna de las distorsiones del pensamiento que fueron mencionadas. Aun así, no es la respuesta emocional lo que provoca evitar el afrontar la realidad, en realidad son los comportamientos disfuncionales asociados a esas emociones, dado que, tal como se mencionó, las emociones poseen una función adaptativa cuando son “negativas”. Cabe destacar que una emoción por sí misma no es negativa, sino que se hace alusión a lo displacenteras que son, a diferencia de las emociones “positivas”, que en realidad promueven la satisfacción. Lo positivo y lo negativo en este caso, se trata de un alcance teórico, no de catalogarlas como algo “bueno” o algo “malo”.

Las emociones “negativas” son:

  • Miedo, ira, tristeza, asco y ansiedad

Las emociones “positivas” son:

  • Alegría, amor, felicidad

La capacidad para percibir estas emociones y poder etiquetarlas implica tener conciencia emocional desde su vocabulario. A partir de esto surgen conceptos como la empatía, que consiste en comprender las emociones de las demás personas e involucrarse con las vivencias emocionales de forma respetuosa a través de la comunicación verbal y no verbal.

El control en sí mismo puede resultar controversial cuando se trata de regular las emociones propias, puesto que puede ser confundido con “mantener controladas” las emociones negativas sin tener en cuenta que forman parte de nuestra supervivencia. Cuando mencionamos esto nos referimos a la capacidad para manejar las emociones apropiadamente, desde una gestión que supone dar cuenta de la interacción entre la cognición, la emoción y el comportamiento. Desde esta interacción es que es posible generar buenas estrategias de afrontamiento y la capacidad para aprender a generar emociones positivas que nos provocan satisfacción.

La regulación emocional se refiere a la comprensión de las consecuencias que posee nuestra expresión emocional ante determinadas situaciones e identificar el comportamiento que poseen otras personas en esta temática. Regular nuestros propios sentimientos y emociones es aceptar que algunas emociones como la ira no son fructíferas en la comunicación, también es prevenir estados emocionales “negativos” que puedan provocarnos estrés, ansiedad o depresión.

Para aprender a regular las emociones propias hay que tener en cuenta los valores con los que nos sentimos identificados. Estos suelen basarse en emociones como la esperanza, el amor, la empatía o la compasión, siendo cualidades intencionales que se asocian a un curso de experiencias a lo largo de un camino que es significativo. No se pueden poseer porque forman parte de las cualidades respecto a las acciones que se realizan, siendo una dirección y no un objeto, en este sentido, los valores tampoco son metas que se puedan cumplir, dado que las metas son concretas y alcanzables, mientras que los valores son direcciones por seguir que no suponen un resultado concreto del cuál siempre se puede ir mejorando.

Los valores representan el camino que se desea seguir y que guía de manera adecuada la toma de decisiones, teniendo una connotación importante para definir qué es lo que un individuo quiere o desea para su vida.

Autor(a): Psicóloga Nicole Caroline Moreno Vilches – Saluta Centro de Salud Digital

 

Referencias

Beck, J. (2015). Terapia cognitiva: Conceptos básicos y profundización (Vol. 141626). Editorial Gedisa.

Bisquerra, R. (2016). 10 ideas clave: Educación emocional. Editorial GRAÓ.

Hayes, S. C. (2013). Sal de tu mente, entra en tu vida. Desclée de Brouwer.

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